Si yo fuera la madre, el padre, la hermana, o el hermano de uno de los nueve estudiantes de La Cantuta, o la mujer del profesor de aquella universidad, todos ellos secuestrados, asesinados, y desaparecidos por los miembros del Grupo Colina hace 22 años, si yo fuera uno de ellos, hoy habría sentido una enorme tristeza. Y es que los familiares de Dora, Bertila, Enrique, Armando, Édgar, Heráclides, Felipe, Marcelino, Juan Gabriel, y Hugo se han encontrado de frente con la metáfora del olvido hecha realidad. En la quebrada de Cieneguilla, las tres fosas halladas en 1993 con los restos de cuatro de ellos han sido sepultadas bajo miles de metros cúbicos de tierra por la empresa propietaria de aquellos terrenos. Eso implica no solo que los familiares y todos los peruanos han perdido un lugar con un simbolismo terrible aunque esencial en su historia, sino que la búsqueda de los restos de las otras víctimas —los miembros del Grupo Colina reconocieron en el juicio que las habían sepultado en cinco fosas— podría ser inviable. Los responsables: la inacción del Estado peruano durante más de dos décadas, y la pasividad de la Fiscalía en los últimos tiempos. Hoy, una treintena de personas, entre familiares —también de otros casos emblemáticos como los del Santa, Ernesto Castillo, Saúl Cantoral, Kenneth Anzualdo—, amigos, periodistas, activistas de derechos humanos, y tocadores de sikuris han realizado una emotiva romería a la quebrada de Cieneguilla, después de un acto en el memorial El Ojo que Llora. ¿Cuándo podrán estos y otros miles de familiares finalizar su duelo?
Un día como hoy: 18 de julio de 1992, nueve estudiantes y un profesor de la universidad "Enrique Guzman y Valle - La Cantuta" fueron secuestrados y desaparecidos por un grupo paramilitar.
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