No es fácil estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). De igual manera, no lo es consolidarse como profesor investigador u ocupar un cargo académico o administrativo. En esa máxima casa de estudios son muchos los filtros que hacen ponderar más lo académico no la política; la calidad no la mediocridad; los méritos no la corrupción.
Todos los años, miles de estudiantes quedan fuera del proceso de selección. Solamente ingresan los mejores. Así lo establece el reglamento académico. Pero también los profesores deben concursar, ser reconocidos investigadores con doctorado o posdoctorado, saber no uno, sino dos o más idiomas, hacer investigaciones y publicaciones arbitradas. Las autoridades igual, y además deben tener una amplia trayectoria en las ciencias. Esos son los lineamientos generales que predominan en la docencia e investigación. Lo anterior es con el firme propósito de garantizar una educación de alta calidad para bien de la nación.
No obstante, existen muchos problemas y retos que han tenido que irse resolviendo. Así quedó reflejado con la huelga estudiantil más larga en la historia de la UNAM (1999-2000).
Los estudiantes decretaron un paro indefinido y ocuparon parte de las instalaciones, por casi un año, para exigir la derogación de las reformas que, limitaban aún más, el ingreso y la permanencia; y también, establecían el cobro de cuotas. Ellos contaban con el apoyo de docentes y padres de familia. Las marchas eran monumentales. La sociedad mexicana infería injusto que el gobierno creara un fondo económico para salvar de la quiebra a instituciones privadas del sector financiero, pero no pudiese incrementar el presupuesto en educación o sufragar más fondos para las universidades. Algo así como si el latrocinio del Instituto Hondureño del Seguro Social se le quisiera endosar al derecho habiente y a los estudiantes, subiéndoles las cuotas de afiliación o la matrícula y derechos de la graduación.
En la UNAM, el movimiento agrupado en el Consejo General de Huelga (CGH) se radicalizó. Surgieron dos grupos, los moderados y los ultras. El gobierno no metía mano en el conflicto, aunque sí permanecía al tanto del problema y lo seguía a diario. Era competencia de los estudiantes y las autoridades universitarias resolverlo. Se agotaron todas las instancias de diálogo y negociación. Incluso se realizó un plebiscito avalado por la comunidad científica e intelectual, en el que también participó la comunidad estudiantil. La consulta arrojó con sorpresa resultados interesantes de un análisis: debían renunciar las autoridades; derogarse las reformas; pero también las instalaciones tenían que ser entregadas. Fue hasta entonces, con ese aval, cuando la policía, sin armas, ingresó al campus universitario para desalojar a los estudiantes. El saldo fue blanco. No hubo golpes, ni heridos. Con todos los protocolos de seguridad y en conjunto con representantes de organismos de derechos humanos se garantizó y se salvaguardó el derecho de todos y todas. Un recuento de los hechos por parte de los servicios de inteligencia del gobierno mexicano puede consultarse en: http://www.cisen.gob.mx/pdfs/doc_desclasificados/602003_CRONOLOGIA_CONFLICTO_UNAM.pdf.
Hacemos referencia a la huelga de la UNAM porque ahora con la nueva crisis que atraviesa la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) han surgido comentarios en el sentido de compararla con lo ocurrido en México. Inclusive, insinuar y asegurar que las reformas educativas impulsadas en el alma máter hondureña han elevado el nivel académico y educativo; y que hoy, sí tiene un reconocimiento internacional. Pero es necesario precisar que las realidades de ambas universidades son totalmente distintas. Si bien, sería egoísta no reconocerle algunos avances a la UNAH, también sería una farsa asegurar que en los últimos años ha florecido de manera acelerada en los campos de la ciencia y el conocimiento. Si eso fue cierto, estudiantes, docentes y autoridades no estarían embotellados en un conflicto con resultados ya sin precedentes en la historia de Honduras.
Es importante aclarar, para quienes no lo saben, que la UNAM jamás se cerró o paralizó. Los distintos centros de investigación siguieron su vida normal. Incluso, extra muros, las clases de licenciatura y posgrados continuaron con cierta regularidad. Pese al conflicto, la UNAM, continuó siendo por años la mejor universidad de Latinoamérica. Hoy se encuentra entre las mejores. Igualmente, es todo un referente a nivel mundial, ya que nos ha dado varios premios Nobel: Alfonso García Robles, Octavio Paz y Mario Molina. Pero, especialmente, porque en sus instalaciones conviven distintos grupos sociales con diversas formas de pensamiento. Hasta los grupos más radicales sobrevivientes de la huelga, pertenecientes a la Facultad de Filosofía y Letras, tuvieron y tienen cabida. Un ejemplo es la toma desde hace 15 años del Auditorio Justo Sierra, renombrado como Ernesto “Che” Guevara, por los estudiantes, quienes lo consideran su espacio de lucha. En ese recinto viven, sueñan, realizan actividades académicas y culturales en contra del neoliberalismo.
Si se quiere conocer un poco más sobre las mejores universidades del mundo y su respectiva evaluación para llegar a figurar en esa lista, puede consultarse la información en las siguientes dos direcciones: http://cwur.org/2016.php; http://cwur.org/preprint.pdf.
Otro dato muy importante es que, con todo su prestigio y magnitud, la UNAM no es el ente rector de la educación superior en México. Eso le compete a la Secretaría de Educación Pública, que es la encargada de validar planes de estudio de las universidades públicas y privadas, y estas con el Consejo de Ciencia y Tecnología (Conacyt) crean desarrollan e impulsan programas educativos de posgrado y doctorado en distintas áreas. Igual, para tener una idea más clara y precisa de lo que es la UNAM pueden consultar algunos datos y cifras en la siguiente dirección http://www.estadistica.unam.mx/numeralia/.
La huelga de la UNAM dejó como lección que el estudiantado es un sector rebelde, ingenioso, pero a la vez reflexivo. Siempre debe ser escuchado. Debe respetársele. Y las reglas y normas académicas que se aprueben deben estar encaminadas a mejorar la calidad de la educación, nunca en sentido de que puedan afectarles. La universidad debe ser un espacio de diálogo y debate permanente, donde las ideas fluyan, las propuestas también, y las reformas, incluso puedan reformarse. Todo es posible, cuando se busca el bienestar de la comunidad; cuando el respeto y la tolerancia se sobreponen a los intereses particulares.
Los que hemos tenido la oportunidad de estudiar y trabajar en universidades y centros de investigación de mucho prestigio sabemos muy bien la importancia de formarse con el rigor y la metodología que se requiere para ir aprendiendo, enseñando y capacitándose de manera constante; pero también sabemos que no es justo, ni pedagógico, incrementar promedios de calificación a los estudiantes si no se les otorgan becas para estudiar al cien por ciento. Difícilmente, la mayoría podrá dedicarse a estudiar de tiempo completo, y los estudiantes talentosos sin una beca tienen que trabajar para llegar a costearse sus estudios.
Tampoco es justo exigirles más a los estudiantes cuando no se abate la mediocridad de los profesores que no tienen la idónea preparación para ser docentes universitarios, menos para impulsar mejoras en la educación superior. En fin, son muchos los problemas e inconsistencias que convergen en una trabazón y la crisis que apenas asoma en la UNAH.
¿Usted cree que todas las universidades públicas pueden negarles a los estudiantes sus derechos? Si así fuera, las universidades estarían ahora con las aulas vacías. Los estudiantes deben respetar los reglamentos y las normas académicas, pero estas no deben ser impuestas sino que ser consensuadas, y especialmente, ajustarse a la realidad nacional de cada país.
Las universidades no son homogéneas, ni tienen porqué serlo, cada una es muy distinta. Sin duda, la UNAM no es la UNAH; pero alumnos, docentes y autoridades de la segunda deberían aprender de la experiencia de la primera para intentar solucionar sus conflictos, madurar, crecer, y quizá un día figurar entre las mejores universidades de Centroamérica.
En conclusión, las universidades públicas no deben ser refugio de poder de nadie. Nunca una plataforma política de ninguna persona en particular. Deben ser espacios donde imperen las ideas, el pensamiento y la sensatez, el conocimiento y la búsqueda del mismo, eso que tanta falta nos hace para poder salir del atraso y subdesarrollo en que hoy estamos.
Fuente: http://www.elheraldo.hn/opinion/columnas/980737-469/la-unah-no-es-la-unam-lecciones-y-desaciertos
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