"El hombre nuevo es aquél que sabe luchar en el auge y en el repliegue, en la victoria parcial o en el revés temporal. Debe luchar, aún sabiendo que la victoria final no está próxima o que incluso no la verá. La lucha de los trabajadores exige no solo interpretar el mundo, sino transformarlo".
GERMAN CARO RÍOS

3/5/11

Susana Higuchi, para recordar



(1) Susana Higuchi sufrió maltrato y Keiko no la apoyó. (2) Susana Higuchi está refugiada en la discreción y su salud sería delicada. (3) Cuando a Keiko le recuerdan que abandonó a su madre, dice que no habla de asuntos familiares.

Entrevista de César Hildebrandt, tomada del semanario “Hidebrandt en sus Trece” y publicada bajo el título “El día que Fujimori me odió más que nunca” el 14 de septiembre de 2010.

Estando en Madrid hice varias cosas que no le gustaron nada a Fujimori. Una fue lograr, gracias a mis contactos, que el parlamento español aprobara una moción condenando los atropellos y la corrupción de la dictadura Fujimorista. Otra fue escribir un largo artículo sobre las canalladas que alias Presidente había cometido en contra de su todavía mujer. Pero la peor cosa que hice, la que, según supe de muy buenas fuentes, produjo un vómito de procacidades en mi contra fue ir a Lima en pleno 1995, año de LA PRIMERA reelección, y entrevistar a Susana Higuchi. La entrevista la reprodujo, en cinco páginas consecutivas, el importante suplemento Blanco y Negro, el dominical del ABC: 450,000 ejemplares lanzados como dardos, desde Madrid, por este modesto servidor. A partir de ese momento, la vida de Susana se hizo aún más insoportable. No es que Fujimori creyera que la simbólica y al final fallida candidatura de su desterrada pareja pudiera tener éxito -fallida porque él mismo se encargó de que el Jurado Electoral la rechazara-. Fue el cúmulo de confidencias temerarias y revelaciones de alcoba las que lo sacaron de quicio. Fujimori supo, además, gracias a los micrófonos instalados en la habitación donde el diálogo se produjo, que Susana llegó a contarme de la mañana aquella de 1991 en la que sorprendió a su marido escondiendo algo pequeño en un cajón de la mesa de noche. En ese momento estaban en paz, así que la señora de Fujimori pudo abrir, más tarde y a solas, el paquetito. Era cocaína, tal como lo confirmó un policía amigo a quien le dio una pizca de la sustancia. Esa parte de la entrevista la censuré en el ABC. No sé qué vergüenza ajena o qué tipo de errático patriotismo me llevaron a ello. Ahora puedo decirlo.

Susana Higuchi, que tiene la risa fácil y el ingenio agudo, se ha convertido para su distante marido en el peor dolor de cabeza de un régimen ávido de unanimidades. Desde el pasado 3 de agosto, LA PRIMERA Dama del Perú abandonó la residencia oficial para instalarse, en condiciones precarias, en la academia preuniversitaria Wisconsin, que ella y su marido fundaran hace algunos años como parte del patrimonio común. Poco antes de tomar su drástica decisión le pidió dinero para acudir al dentista. Fujimori se lo negó. La discusión terminó cuando ella le preguntó, irónicamente, si debía pedirle un préstamo a Santiago Fujimori, hermano del presidente de la República y señalado por la oposición como un personaje que chapotea en la turbidez.

“¿Cómo –contestó el primer mandatario peruano–, no has dicho siempre que te da asco el dinero sucio?’: Ése fue, al parecer, el instante de la explosiva decisión.

Desde entonces, Susana Higuchi está empeñada en luchar con todas sus fuerzas contra la reelección de su marido y ella misma parece decidida a encabezar una candidatura política.

-¿Cree usted, realmente, que puede llegar a la presidencia de la República o todo esto es un globo sonda para probar otras cosas?
–Vamos por buen camino. He recibido mucho apoyo popular. Empezó como una agrupación de mujeres en lca y ahora es este movimiento que usted ve.

-¿Alguien la financia?
–Esta academia ha funcionado dos veranos y esos fondos son los que se están usando.

-¿Y de dónde sacará el dinero para comprarse un tractor, como el que usó su marido en la campaña del 90?
–No necesito ningún tractor. Sólo la bandera de la honradez.

Su marido también hablaba de ello en 1990. ¿Recuerda aquello de la honestidad en el lema de Cambio-90?
–Eran palabras. Yo digo, como nos enseñaron los incas: «No robes, no mientas, no seas ocioso». Y veo que están robando y están mintiendo.

– ¿No habrá sido una genial idea del Servicio de Inteligencia utilizarla a usted para distraer la atención y “rebajar” la candidatura del ex secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar?
–No son tan inteligentes. ¡Han hecho tantas burradas… ! Sólo saben jugar a las damas y esto es ajedrez.

¿Cree usted que esto es teatro?
–Sólo recojo la impresión de algunos.

¿No es usted, entonces, el equivalente con falda de Fujimori?
– ¿Me ve usted así?

–No. En primer lugar, es usted una persona agradable.
–Se lo agradezco.

–Su marido ha dedicado dos tercios de su gestión a desprestigiar a los partidos políticos. ¿Cree usted ahora que para fortalecer la democracia es necesario devolverle la salud a los partidos?
–Así lo creo. Y en eso estamos.

– ¿En dónde están los desacuerdos mayores con Alberto Fujimori?
–Para empezar, en la política económica, que se ha hecho a hachazos y machetazos. Mire, yo también podría bajar la inflación a cero. Le aseguro que lo haría en tres meses. Claro, que entonces la mitad de la población se moriría de hambre.

–No parece ser solamente una hipótesis. Eso se ve en las calles.
–Eso es realidad. ¿Sabe en cuánto ha aumentado la tuberculosis? Hay hambre y demasiada pobreza.

-¿Ha tenido algún contacto telefónico con su marido?
–Nada, desde el mes de agosto.

-¿Qué sintió cuando, refiriéndose a usted, Fujimori habló de “boberías”?
–Que estaba hablando con el hígado. Y últimamente eso no es raro en él.

–El marido que era bueno y que el poder hace irreconocible. Ése es el resumen de esta historia, ¿verdad?
–Puede decirse que sí.

-¿Y usted quiere rescatarlo, recuperarlo?
–Así es.

–Y entonces, el sueño del partido y el programa y la lucha contra la corrupción ¿son un pretexto para una cruzada eminentemente personal?
–No. Estoy luchando contra la corrupción porque la corrupción es parte del poder en la actualidad. Y quiero participar en política porque, después de lo que he visto, quiero ayudar a salvar a mi país.

-¿Cree usted que las elecciones serán limpias?
–Es evidente que no.

– ¿Hará uso su esposo de todos los mecanismos del poder para conseguir la reelección?
–Eso está claro. Lo estamos viviendo.

–Ha hablado usted del intento de secuestro del que fue víctima. ¿Podríamos temer por su vida?
–Todo parece posible en el país. Pero diré algo que no quiero que parezca teatral: no le tengo ningún miedo a la muerte. La vida que llevo es un regalo.

–Usted conoce muy bien al hombre que dice amar todavía y muy bien al entorno que lo corrompió. ¿Es gente capaz de … ?
-¿De matar?

–Así es.
–Sí. Son capaces.

-¿Ama usted, realmente, a su esposo, todavía?
–No olvide que soy madre, que tengo cuatro hijos y que soy católica y chapada a la antigua.

–No me contesta. ¿Lo ama?
–Amo a la persona que recuerdo que fue. El poder lo cambió por completo y lo transformó en un monstruo.

-¿Qué le diría usted a los peruanos para que no voten por el continuismo?
–Les diría que es momento de decirle no a las mentiras, no a la falta de principios y valores, no al resentimiento.

–Si su marido cambiase de asesores y allegados, ¿volvería usted con él?
–Me costaría creerle. Te cuesta creer cuando se te ha engañado no setenta veces siete, sino cincuenta mil veces.

-¿Tiene usted, como tantos otros peruanos, los teléfonos intervenidos?
–Todos, sin excepción.

- ¿Y cómo hace para comunicarse?
–Yo, tranquila. Hablo sin temor porque digo la verdad. Sé que hay micrófonos en esta habitación.

-¿Lo sabe?
–Lo he comprobado varias veces. –O sea, que esta entrevista está siendo grabada.

¿O sea, que tengo una competencia desleal en este cuarto?
-(Risas) No tenga dudas. Lo que pasa es que no es competencia porque no se atreverán a publicarla.

–Me alivia, Susana, saber eso. Pero todo esto es siniestro, créame. Parece la Rumania del 85. Es de náuseas.
–Qué bajeza, ¿verdad? ¿Por qué hemos llegado a esto?

-¿Sufrió usted humillaciones en los últimos tiempos?
–Incontables, en todo el sentido de la palabra. Porque no las puedo contar y porque me da vergüenza contarlas.

-¿Podría darme una idea?
–Escupitajos, empujones. Ha habido de todo. Fue una guerra sucia. Peor que de callejón.

–Reconforta comprobar que eso no la ha amargado.
-¿Sabe? Ningún escupitajo me caía. Ningún insulto: de quién estarán hablando, decía …

–Si en 1989 usted hubiera sabido lo que hoy sabe de su esposo, ¿lo habría acompañado tan entusiastamente como lo hizo?
De ninguna manera. Le hubiera dado con un palo en la cabeza.


PEREZ DE CUÉLLAR

¿Es usted consciente de que es la mayor colaboradora indirecta de Javier Pérez de Cuéllar?
Lo sé. Y me agrada. Me agradaría también si él ganase las elecciones.

Me agradaría que cualquiera ganase, menos esta cúpula corrupta que se quiere enquistar.

-¿Cuáles son los rasgos que usted consideraría básicos en la personalidad de Alberto Fujimori?
La soberbia. De allí viene su autoritarismo. Me refiero, claro, al Fujimori de los últimos tiempos. Pero no fue siempre así.

-¿Puede el poder cambiar tanto a una persona?
Ése ha sido su caso. Yo no lo reconozco, créame. Parece otra persona. Y creo que han sido las malas compañías. Empecé por no creerle y eso nunca había pasado entre nosotros.

¿Fueron muchas mentiras?
Una secuencia de mentiras de toda índole, chiquitas y grandes. Mentiras que tapaban otras mentiras. Terminó por creerlas, enredado en ellas.

¿No tuvo la oportunidad de hablar con su marido? ¿De decirle esto es así, no me parece justo, remédialo?
–Desde el año 90, se imaginará que hablé muchas veces con mi marido de estas cosas. Pero fue inútil.

-¿Y cuál era su reacción?
–Silencio. Desdén. Le entraba por un oído y le salía por el otro.

–En 1990 su imagen, Susana, contribuyó decisivamente a la elección de quien, ahora, merece que le cierren el paso. ¿No es una paradoja?
No soy vidente. No podía saber en 1990 que mi marido se traicionaría así.

Y que la traicionaría a usted.
Eso no me interesa. Para nada me interesa. Hablo de cosas más importantes. Hablo, por ejemplo, de que mi esposo está enfermo. Enfermo del alma.

¿Y a usted, no la cambió el poder?
–Yo no he tenido poder. Pero, en todo caso, mi proximidad al poder me ha hecho más sensible hacia los pobres, a los que se mueren en las calles. Aprecio ahora mucho más la humildad.

¿Qué fue lo peor que vio en el Palacio de Gobierno?
–Vi tantas cosas … A cada cual, peor. Recuerdo que el12 de diciembre de1991 le dije a mi esposo que cómo era posible que estuvieran vendiendo ropa donada bajo el nombre del Comité de Damas de Palacio de Gobierno. Mucha gente venía a reclamar devoluciones de dinero, qué sé yo. Hubo hasta quienes se atrevieron a decirme que yo no daba factura. ¿Cómo que yo no doy factura?, gritaba. Y pensé: estarán vendiendo ropa el gerente de la Fundación por los Niños del Perú, la jefa del almacén. Entonces, me dijeron: no, la que está vendiendo es tu cuñada.

-¿Le contó usted todo eso a su esposo?
–De la manera más directa. Le dije que estaban deshonrándonos.

-¿Y qué hizo él?
–Nada. Me dijo que no me metiera donde no me llamaban.

-¿Ignoraba él lo que hacía parte de su familia con esas donaciones?
–No sólo no lo ignoraba: él dirigía todo.

–Un asunto de trapos sucios, literalmente.
–Así es.

-¿Cómo definiría lo que pasó desde 1990 con el gobierno?
–Fue un adiós gradual a los sueños, a los ideales, a las bases del partido. Hasta le cambiaron el nombre y hoy no existe.

-¿El autogolpe del 5 de abril fue el cimiento de esta dictadura hipócrita y encubierta que tenemos ahora?
–Así es. Lo que hay ahora es autocracia, dictadura. Todo está controlado, hasta el Jurado Nacional de Elecciones.

-¿Y las Fuerzas Armadas?
–Mi esperanza se basa en que no todos son como los que las mandan. Hay una gran mayoría de renegados que no están de acuerdo con muchas cosas que están pasando. Los “Espadas de Honor” no están en los ascensos, imagínese.

-¿Y quién hace esa calificación?
–El Servicio de Inteligencia Nacional, mi esposo, Santiago Fujimori, Jaime Yoshiyama.

-¿Se elige a los ascendidos por su docilidad?
–Ésa es una palabra demasiado suave. Primero se los hace pecar y luego se los tiene atados.

–0 sea, que lo que yo creía que era una novela de intrigas resulta una policial.
–Maquiavelo se quedó chiquito, ésa es la verdad.

– ¿Y es ese mecanismo de extorsión el que facilita los ascensos?
–Eso es así.

-¿No será, Susana, que todo esto de las denuncias, la separación, la candidatura, la temeridad que está exhibiendo, se debe a que usted quiere, comprensiblemente, que su marido la respete, la vuelva a respetar?
Eso sería si hablara sólo en nombre propio. El asunto es el desprecio y la soberbia que sufren veintidós millones de peruanos. Yo lucho por ideales.

-¿No sería demasiado que dos Fujimori llegaran sucesivamente a la Presidencia?
-¿Por qué no?

–Digamos que por la estadística.
–En cuestiones humanas, dos más dos no son cuatro.

–Pero uno menos uno tampoco son seis.
–Usted habla de los Fujimori como si fuéramos lo mismo. Mi esposo tiene un lema: divide y gobernarás. Yo soy de quienes quieren sumar gente, voluntades. Yo no admiti-ría la corrupción ni viviría rodeada por ella. Yo quiero la paz de verdad, no la paz del miedo.

-¿Qué pasa si no aceptan la inscripción de su candidatura?
–No creo que eso suceda. Sería un escándalo internacional.

–Pero este gobierno está acostumbrado al escándalo.
–No olvide que quieren cambiar su imagen, que quieren lavarse la cara.

-¿No cree usted que está en una posición privilegiada respecto de otros candidatos? ¡Sabe usted tanto del presidente!
–Por eso me siento, en el fondo, segura.

Y porque sé que él no tiene nada contra mí. No he pecado, a pesar de todas las tentaciones. Tentaciones también de la bancada oficialista en el Congreso.

-¿Le tentaron mucho?
–Muchísimas veces y de todas las maneras y los estilos. Me ofrecían el oro y el moro con tal de que empujara ciertas leyes. Quizá creían que yo tenía más poder del que realmente tenía.

-¿Y no sería que Fujimori quería hacer con usted lo que usted dice que hacen los militares: extorsionarla?
–Puede ser. Pero no lo logró. Y por eso me ve usted tranquila, con la conciencia limpia y riéndome cada vez que puedo.

–Si su marido le pidiese perdón y le urgiese a retirarse de la campaña, ¿lo haría?
No. Hasta después de la segunda vuelta yo no le abro la puerta.

Fuente: La Primera

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