En 1981, cuando la educación se municipalizó, provocó una merma
en los bolsillos de miles de profesores. Hasta la fecha, 15 mil de ellos han
muerto esperando una respuesta. Otros, también jubilados, ven cómo el sistema
de pensiones se suma fatalmente al reajuste que nunca recibieron. Este es el
rostro de la deuda histórica del Estado con los docentes.
Todos los jueves, pasadas las once de la
mañana, Patricia Garzo (67) se enfrenta a La Moneda. Con una camiseta blanca
que mandó a estampar con unas letras azules, ella y una veintena de maestros
jubilados gritan desde la Plaza de la Constitución, con la misma consigna.
“Pensamos que si
nos quedamos en la casa no vamos a sacar nada”, cuenta, mientras una profesora
unos 10 años mayor que ella se pasea entre los transeúntes tocando un silbato,
arengando a las maestras que sostienen carteles alusivos a la deuda histórica y
la responsabilidad del Estado. Después de 40 años de vida laboral, podrían
estar descansando; pero no, el grupo “Maestros por siempre maestros”–conformado
por 600 profesores jubilados de Cerro Navia– está de pie frente a La Moneda,
hace ocho años, gritando –a quien quiera oírlos– que no les parece justo
recibir 180 mil pesos de pensión, cuando todo sube. No alcanza para
medicamentos; y menos para llevar una vida digna.
Patricia Garzo va todas las semanas a la Plaza de la
Constitución a protestar por la deuda histórica. “Tenemos a colegas muy mal, en
asilos, sin nadie que los ayude. Hay una colega que acaba de jubilar con 94 mil
pesos”, dice.
De chica
Patricia jugaba a ser profesora, pero la realidad es una bofetada. “Tenemos a
colegas muy mal, en asilos, sin nadie que los ayude. Hay una colega que acaba
de jubilar con 94 mil pesos. La realidad del profesor que jubila ahora es
indignante, miserable”, dice Patricia, que recibe una pensión de 180 mil pesos
y agradece a sus padres la herencia de una casa que hoy hace posible que ella y
su marido tengan donde vivir, en Avenida Vicuña Mackenna. De hecho, en eso
pensaba cuando, hace unos días, vio la historia de una profesora de Copiapó que
después de 35 años de trabajo pide dinero en la calle para poder sobrevivir.
De chica Patricia jugaba a ser profesora, pero la
realidad es una bofetada. “Tenemos a colegas muy mal, en asilos, sin nadie que
los ayude. Hay una colega que acaba de jubilar con 94 mil pesos. La realidad
del profesor que jubila ahora es indignante, miserable”, dice Patricia, que
recibe una pensión de 180 mil pesos y agradece a sus padres la herencia de una
casa que hoy hace posible que ella y su marido tengan donde vivir, en Avenida
Vicuña Mackenna. De hecho, en eso pensaba cuando, hace unos días, vio la historia
de una profesora de Copiapó que después de 35 años de trabajo pide dinero en la
calle para poder sobrevivir.
“La vi a ella y
pensé que podría ser cualquiera de nosotros. Si yo no hubiera tenido eso de mis
padres y fuera soltera, no me alcanzaría. Quizás podría ser ella”, concluye
Patricia.
La desilusión
A las bajas
pensiones que reciben, los profesores suman la llamada deuda histórica. El año
1981, cuando la educación se municipalizó, se les negó a los docentes el
reajuste de sueldos del resto de los empleados públicos. Es lo que piden desde
entonces; una demanda que también están resolviendo en la llamada “agenda
corta” con el gobierno, donde ya no piden el millonario monto de regreso, sino
que una reparación.
Esta situación
ha llevado a que más de 80 mil profesores dejaran de percibir 250 mil pesos
mensuales a lo largo de 30 años; maestros que se formaron en los años 60 y
comienzos de los 70.
Ligia Gallegos,
vicepresidenta del Colegio de Profesores, intenta una reflexión: “Los
profesores siempre están a un paso de la pobreza”. Y el costo de la vida ha aumentado,
desde junio de 2004 hasta junio de este año, un 49%. “Pero eso mínimo, pues hay
que considerar que en general muchos profesores enfrentan un costo de vida
donde los productos de primera necesidad pesan más y eso no lo captura el IPC
general”, suma datos Gonzalo Durán, economista de la Fundación Sol.
Es lo que siente
Leticia Ríos, profesora de Trapi (Región de los Ríos), uno de los testimonios
visuales que ha usado el Colegio de Profesores para dar a conocer la realidad
del gremio. Antes de jubilar, así era su jornada: “Me levantaba siempre como a
las 7:30, me tomaba una taza de café nomás en la mañana, partía y a las 9 en
punto tenía que llegar a la escuela. Tenía que acortar camino, pasaba por unas
pampas, después por la línea del tren”.
Leticia caminó,
durante 25 años, 7 kilómetros diarios para llegar a su escuela. “Y un profesor
de campo tiene que estar frente a sus niños, porque cómo van a quedar botados”.
Después de jubilar, Leticia se levanta temprano todos los días
15 para ir a tomar el bus que la lleva a Río Bueno y cobrar ahora su cheque.
“La primera vez que yo vi mi jubilación me dio indignación porque era tan
poco”, relata. Su cheque es por 120 mil pesos mensuales.
Muerte en Huara
La
obra “Todo se limita al deseo de vivir eternamente” de Jesús Urqueta ficciona
la vida de una maestra que se suicida después de escuchar cómo la ministra de
Educación de la época niega la deuda histórica.
El nombre del
alumno Jesús Urqueta (39) cuelga de un papel. La fecha al pie de página dice 31
de octubre de 1989 y la orden que cumplió cuando era un niño aún está indeleble
sobre la hoja blanca: “Pegar ojos, nariz y boca donde corresponda”, escribió su
profesora con lápiz pasta para que él rellenara ese dibujo hace más de tres
décadas.
Sobre el
escenario, una falsa sala de clases ficciona el último día de vida de la
profesora Rosario Moscoso. Hay un par de pupitres de madera, las paredes
construidas con tablas desvencijadas dejan entrar el sol, el frío y el silbido
arrebatador del viento del norte. La falsa escuelita de Huara –una comuna entre
Iquique y Arica– contiene el monólogo aimara de una profesora sola.
En el escenario
se suceden el día y la noche. La contemplación de la maestra sobre la nada. En
la voz en off , Jesús Urqueta –el director de la
obra– cuenta la historia de la “tía Charito”, su profesora de educación básica
en Ovalle. La misma que un día de 2009 regresó a la primera escuela donde hizo
clases, en Huara, para quitarse la vida.
Aunque gran
parte de la obra Todo se limita
al deseo de vivir eternamente –que
estuvo en cartelera en el GAM hasta el fin de semana pasado– es ficción, tiene
una base que hace posible relatar el impacto de la deuda histórica en los
profesores. Sobre las tablas se cuenta la historia de la profesora que se quita
la vida el año 2009 después de escuchar en la radio una entrevista a la
entonces ministra de Educación, Mónica Jiménez de la Jara –actual embajadora
ante el Vaticano–, donde ésta negaba la deuda histórica. “Hicimos una
investigación profunda sobre la deuda histórica. En eso estaba yo el año pasado
cuando un compañero de colegio me dice que la tía Charito se mató por algo
relacionado con eso. Esa fue una construcción oral, porque no hay papeles ni
salió en la prensa; eso refleja también la soledad en la que terminan los
profesores. Deja clara la desigualdad profunda que hay en Chile. Todos hablan
de que la educación tiene que mejorar, pero nadie se preocupa de las personas
finalmente. Todos nos utilizamos”.
Hasta la fecha,
han muerto más de 15 mil profesores esperando el pago de la deuda histórica.
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