Xavier Caño Tamayo
Alai-amlatina
El título no es delirio de poetastro iluminado sino la conclusión de expertos y estudiosos de la Comisión de Determinantes Sociales de la Salud, promovida por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Durante tres años han analizado las desigualdades en salud y su relación son la pobreza y desigualdad social. El informe de la Comisión afirma que “la combinación nefasta de pobres políticas sociales y las circunstancias económicas injustas está matando a la gente”. ¿Cómo explicar de otro modo que una niña nacida en África Central aspire a vivir poco más de cuarenta años, pero otra nacida en Tokio, vivirá hasta los ochenta?
La desigualdad económico-social mata en los países empobrecidos, pero también a los más pobres en los países ricos. Un niño de suburbio de Glasgow vivirá algo más de cincuenta años, pero otro del barrio rico de Lenzie, en la misma ciudad, vivirá hasta los 82. En Suecia sólo muere durante el embarazo o en el parto una mujer por cada 17.400, pero en Afganistán lo hace una de cada ocho. La lista es larga y permite afirmar con contundencia lo que proclama el informe de la Comisión de la OMS: “La injusticia social provoca la muerte de un número enorme de personas”.
Una de las propuestas de la Comisión de la OMS para mejorar y alargar la vida de los pobres es “luchar contra la distribución desigual del poder, del dinero y de los recursos”. Michael Marmot, presidente la citada Comisión, ha explicado que piden “que se creen las condiciones para que la población se emancipe y tenga libertad para vivir una vida prospera”. Casi nada. Suena a verdadera revolución, porque las clases dirigentes de los países ricos y también algunas clases dirigentes cómplices de los países empobrecidos no muestran el menor interés por atacar a fondo las causas de los graves problemas que mantienen a más de la mitad de la humanidad en la pobreza y el sufrimiento. Y hay que ir a las causas.
Si alguien duda sobre la desigualdad del mundo, sepa que en 1980 los ingresos de los países ricos multiplicaban por 60 los ingresos de los países más pobres. Tras 25 años de globalización neoliberal, esos ingresos multiplican por 122 los de los pobres. Cómo señaló Denny Vagerö, miembro de la Comisión y de la Real Academia Sueca de Ciencias: “el desarrollo ha de ser diferente”.
Esa es la cuestión. Otra concepción de la economía y del desarrollo. Radicalmente diferente. Este sistema globalizador capitalista neoliberal, al que se someten obedientes los políticos profesionales, ha demostrado hasta la saciedad en los últimos veinte años ser suicida, estúpido y criminal. A datos y hechos podemos remitirnos hasta el hartazgo. Y no calificamos el sistema de estúpido como insulto sino como descripción, pues estúpido, según el Diccionario de la Lengua, es el necio y falto de inteligencia. Y necio es el ignorante, que no sabe lo que debía saber, el imprudente y falto de razón, terco en lo que hace.
¿No les parece que este sistema de globalización neoliberal con sus FMI, OMC y G8, con sus Bolsas como loterías, con sus intocables paraísos fiscales, con sus crisis que sorprenden a quienes tienen poder, merece los adjetivos anteriores? Un sistema cuyos dirigentes y beneficiarios (que son muy poquitos) tiene tal ceguera que si alguien señala la Luna, se quedan pasmados mirando el dedo que señala, pero no la Luna.
Como la OMS ha demostrado que la desigualdad mata, se trata por tanto de un asunto criminal. Amnistía Internacional está por iniciar una magna campaña mundial contra la pobreza y sus causas y, muy especialmente, contra los responsables, cómplices o encubridores de las actuaciones u omisiones que causan o agravan la pobreza. Como nos dijo recientemente el Director de la Sección Española de Amnistía Internacional, Esteban Beltrán, “la pobreza es una cuestión de derechos humanos. Y, si es una cuestión de derechos humanos, hay responsables de la violación de esos derechos. Así las cosas, un objetivo de Amnistía Internacional es encontrar a los 'Pinochet' responsables de la pobreza y llevarlos a juicio”.
Puede ser buen camino de acción, porque por las buenas no atienden a razones.
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