"El hombre nuevo es aquél que sabe luchar en el auge y en el repliegue, en la victoria parcial o en el revés temporal. Debe luchar, aún sabiendo que la victoria final no está próxima o que incluso no la verá. La lucha de los trabajadores exige no solo interpretar el mundo, sino transformarlo".
GERMAN CARO RÍOS

23/12/12

¿HACIA DONDE VA LA ESCUELA PUBLICA?


CIPAL

El concepto de escuela pública  y  las  obligaciones  del Estado en  este  terreno  fueron,  a  mediados  de siglo  XIX,  uno  de las  grandes  propuestas  del pensamiento liberal peruano.  En  su  aspecto central, las  élites  progresistas de  entonces  postulaban  un Estado  promotor  de la  educación pública  con  sentido  nacional y democrático  que  desplegara  sus  alcances  hacia  los  diferentes  sectores  de la sociedad  peruana  en  clara  oposición  al  poder  feudal  tradicional que desde  el Virreynato,  incluso  en  la  República,   había  abandonado  la  educación  a  favor  de  la  Iglesia  Católica y las órdenes  religiosas  que  acompañaron  a los  conquistadores  desde  inicios  del siglo XVI. 

La  Independencia  de  1821 no logró rescatar  a la  escuela  del  tutelaje  religioso y  el liberalismo embrionario  de  ideólogos representativos   como Faustino  Sánchez  Carrión  poco pudieron  hacer  para  replantear en los  hechos  el  rol del  Estado  en un  tema  sustantivo  como  la  educación pública,  pese  a  que  la Constitución Política  de  1823  asignaba  a  la  instrucción,  como  se le llamaba  entonces,    un  carácter de “necesidad común” que  el  Estado  “le  debe  igualmente  a  todos  sus  ciudadanos” (art. 181) lo  cual,  por lo  menos declarativamente,  afirmaba  sus obligaciones    en  el tema  educativo.   

Bajo  esa  lógica  la  educación pública  terminó   convertida  en un tema  ausente,  sin jerarquía  para  el  Estado.  No podía  ser otra  cosa,    después  de  todo, el catolicismo  representaba  el poderoso  factor  ideológico,  útil para la    concientización  de  la  sociedad,  especialmente  de las poblaciones  originarias,  sin  el  cual  no  hubiera  sido posible  el modelo de dominación   colonial - feudal por  casi  tres  siglos.

LOS  INICIOS:    EL ESTADO   Y  LA EDUCACION  PUBLICA.
Con  el  Reglamento General  de  Instrucción  Pública de 1855  el  Presidente  Ramón  Castilla,  un  hombre de ideas liberales  burguesas,  dio  los primeros pasos  para  establecer  las bases  de  la escuela pública  a  cargo  del  Estado.  Esto   implicaba  desarrollar políticas  públicas  en este sector tendientes  a  impulsar la democratización  de  la  educación mediante  la  incorporación  de  los  sectores populares (mestizos, indígenas,  negros,  etc.) a  la  educación  pública formal,  el  ascenso  social  y  una  decidida batalla  contra  el  analfabetismo.  Bajo  esta propuesta  la  educación primaria gratuita  estaban  a  cargo de  los municipios; la secundaria con  el  Ministerio de Instrucción  Pública   y las universidades  bajo la  administración de los  Consejos  Universitarios. 

Será  recién  a  inicios del  siglo  XX  que  la  educación  pública  se  ubicó  en  el  centro del debate  académico  y político de la época.  En las aulas  de  San  Marcos  Manuel  Vicente  Villarán,  un  catedrático de  ideas  liberales  afines  al positivismo, postulaba  para  el  caso peruano el modelo  americano  de  los pioneer, aquellos  colonos  llegados  de Inglaterra  que  poseídos  de  una cultura  del  trabajo  y   de  un  protestantismo pragmático  convirtieron  el  viejo oeste  en  una  zona  de  prosperidad  y  futuro  para  las  futuras generaciones.

Sin  ocultar  su  simpatía  por  este  modelo  y  manifestando  su  profunda decepción  por  el  estado  de  la  educación  peruana  de  su  época ajena  al  trabajo   y  al  desarrollo de las  capacidades humanas,  el maestro  Villarán decía:  “El  Perú debería  ser  por mil causas económicas  y sociales,  como han  sido  los  Estados  Unidos,  tierra de labradores, de colonos, de mineros, de comerciantes, de hombres de trabajo, pero las  fatalidades  de la  historia y la  voluntad de los  hombres han  resuelto otra  cosa, convirtiendo  al país en centro literario, patria de  intelectuales y  semilleros de  burócratas (…)Somos  un pueblo donde  han  entrado  la manía de las  naciones  viejas y decadentes, la  enfermedad de hablar y de escribir  y no  de obrar . . .”

Estas ideas  animaron la  Ley  Orgánica  de  Enseñanza   Nª 4004 de  1920  dictada  por  el   gobierno  de  Augusto  B. Leguía,  considerado  el  gestor  de  la  apertura de la economía peruana  al capitalismo norteamericano  y marcaron  gran influencia  en  esa  época. 

La  visión liberal  de  Villarán  sobre  el  tema  educativo  vería  años  después  algunos de  sus  frutos  con  las  políticas  de  Odría  en materia de infraestructura  educativa, la  educación técnica,  los  turnos  nocturnos para  los  trabajadores,  las  misiones  americanas  en  La  Cantuta,  la  profesionalización  docente,  la masificación estudiantil de  San  Marcos, etc.  que  representaron,  sin  duda,  grandes pasos  en la democratización de la  educación pública.  Pero,  esto  no hubiera sido  posible  sin el pujante protagonismo de miles de migrantes que ubicados en  innumerables  barriadas y pueblos  jóvenes demandaban  vivienda, educación,  salud, transporte y servicios  públicos  al   propio Estado  como parte  de su  reconfiguración económica  y social en Lima  a  partir  de  los  años 50  y  60 del  siglo XX.

Décadas  después la  Reforma Educativa velasquista  de  1972  (Dec. Ley 19326)  intentó  fortalecer  la presencia del  Estado y afianzar   su  relación con los sectores populares articulados  a  un proceso de  transformación  general de la  sociedad.   Para Augusto  Salazar  Bondy,  autor  de  la  “Educación  del  Hombre  Nuevo”  y  mentor de  este proceso  la  escuela pública no  solo era   un centro  de enseñanza,  era  también  un espacio para el  desarrollo  de los instrumentos  de  transformación social.  Decía  Salazar  Bondy: ”La educación  debe  coadyuvar  a  la  realización  y consolidación  de las  reformas estructurales, poniendo  sus  decisivos  resortes  al  servicio  de esta  tarea, promoviendo  el  cambio  profundo  de la sociedad y la liquidación  de  la  estructura de dominación  y  el  subdesarrollo,  con  todas  sus  secuelas  de  alienación  y  despojo”

Bajo  esa perspectiva  la reforma postuló   un  conjunto de  propuestas    como la  educación  técnica,  la  formalización de  la educación inicial,  los  núcleos  educativos  comunales,  la  educación superior estatal (ESEP), la oficialización del  quechua, la  revaloración  educativa  y laboral de  la mujer,  etc.  que,  al  final,   quedaron  en letra  muerta  por  las contradicciones irreductibles entre   el sindicato magisterial  y  la  burocracia militarista  que  ahogaron  este  impulso  reformista.   

Con  el retorno  de  Belaunde  en los 80  y la  instalación en  el poder  de la  derecha, se  terminó por  desandar este proceso  que  de haber  plasmado  sus  postulados  fundamentales  habría  aportado, sin  duda,  al  fortalecimiento  de la escuela pública   y la  democratización educativa de la  sociedad.     

Visto  en  perspectiva,   desde mediados  del siglo  XIX  hasta  los  años  90  del  siglo pasado, se ha pugnado desde  diferentes  sectores  de  la  sociedad   por  afincar un  rol decididamente  promotor  del  Estado    en  el  tema  educativo,  enfatizando  sus  obligaciones  de orden  pedagógico, presupuestario,  etc. Es justo  también indicar que  la  Constitución Política  de  1979  fue  el instrumento jurídico - político que mejor sintetizó  esta tendencia  marcadamente  desarrollista  del  Estado con  un  norte  claramente definido y  un rol decisivamente protagónico en la  educación pública.   

LA  ESCUELA  PÚBLICA  EN LA  ERA DEL  NEOLIBERALISMO.
Promovida  por los  grupos de poder internacional  que  postulaban  tesis  políticas  y  sociológicas  como  el  “Estado Mínimo”  y  el  “Darwinismo  Social”,   el fujimorismo  esbozó  la  Constitución Política  de  1993   con el  apoyo  de  la  administración norteamericana, instrumento  que   asignó al  Estado  un rol subsidiario reduciendo  su intervención  en  el  tema  económico para favorecer  la  inversión extranjera y  la  concesión  de  los  recursos  naturales  del país,  acorde  con  las  directivas emanadas  del  Consenso de  Washington  sobre  recorte  de  costos laborales,  ajuste fiscal,  liberalización  económica,  etc.  que  obligaron  a  países  como  Chile, Colombia,  México,  Argentina, Paraguay,  entre ellas  el  Perú,  a  readecuar sus  Constituciones   al modelo neoliberal  predominante en  el mundo.

Bajo  este  proceso  la  escuela  pública  ha sufrido un grave  retroceso  que  compromete  el derecho  a  la  educación  de  los  sectores populares  y  de los  maestros  al trabajo  decente.  Si  la  Constitución   de  1979 reconocía  el derecho humano  a la  educación  y  postulaba  una  escuela   vigorosa;   la  de  1993,  en  cambio,   reduce  el rol  estatal en este  terreno  y  acude  a la inversión privada  (Dec. Leg. 882) para  alcanzar  la  calidad  educativa  reconociendo  implícitamente  el  fracaso del  Estado  en  un tema  decisivo  como la educación. 

En el  tema de los  derechos laborales  del profesional docente  no se ha  apreciado por parte  del  Estado voluntad política para promover  la carrera  pública  docente  y  conectarla  a los  requerimientos  del  mundo actual, pese  a que tales  conceptos figuraban  ya  en  las  Constituciones de  1979  y  1993,  respectivamente.  Por  el contrario,  se ha  buscado debilitar  al  maestro  respecto de su ubicación  en la  sociedad   y  de  su legitimo desarrollo  profesional,  como  de  sus  derechos laborales.  En esa línea  se  ubica  la  Ley 29510 (liberalización del  trabajo docente),  la Ley 28988 (recorta  el derecho de  huelga),  el  Dec.  Leg. 1057 (Contrato de  Servicios  Administrativos)  y  recientemente la Ley    29944  (Ley de Reforma Docente)   que  auspicia  el despido  blanco,  la  degradación  laboral, el  recorte de  asignaciones  económicas,  entre otros  aspectos.    

La  Ley del  Profesorado 24029  fue  el último baluarte de un derecho laboral tuitivo   y  generoso  en derechos  económico – sociales (estabilidad laboral, remuneración  decente,  asignaciones  económicas, ascensos  de  nivel  con incremento remunerativo,  etc.)  que hoy pertenece  al pasado.  Sucesivos  gobiernos,  de  Fujimori  a  Humala,  se  dedicaron  a  desconocer  sus  alcances   y  torpedear incluso  las  sentencias  judiciales  vulnerando  el Estado de Derecho,   tan  prodigiosamente  invocada  por  los grupos de poder  cuando se  trata  de  defender  “su”  orden político – social.  

En  resumen,    la escuela pública  parece  haber  ingresado  a  un ciclo de  crisis irreversible  por  inacción del propio  Estado,  sometido ahora  a poderosos  intereses  provenientes de los  grupos empresariales  comprometiendo  en  esto  al  magisterio peruano  en  un aspecto fundamental de  su  desarrollo, como  es  el  trabajo. 

Si bien  esta  crisis  tiene  varias  aristas  y  dará  lugar  a varias interpretaciones  respecto de  su futuro,  hoy  centenares   de colegios públicos  de  Lima  Metropolitana se sostienen  en base  a  palos  y calaminas  por  no decir  en  estado  de  ruina material. No  hay  laboratorios  ni  bibliotecas  que  tengan ese  nombre.   Los padres  no  dudan  en  retirar  a  sus hijos  y  derivarlos  al trabajo,  o en el mejor  de los  casos  a la  escuela  privada. Cada  año suman más el número de docentes  bajo  excedencia y el empobrecimiento  campea  en  los  hogares del magisterio peruano. La  profesión docente  es  menos  atractiva  para  la juventud  por la  ausencia de  estímulos  económicos – profesionales  concretos.  Sin  duda,  el problema  es  complejo, pero  una  tarea  nos  corresponde  emprender en  este  tiempo: Recuperar  la escuela  pública como  el legitimo  espacio  de desarrollo  personal  y  social  de nuestros  hijos  y  alumnos.  Esto  corresponde  al magisterio y  al pueblo peruano.  ///

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