César.levano@diariolaprimeraperu.com
El régimen y sus alabanceros no caben en sí de gozo, les chorrea la alegría: el Perú ha sido declarado país de grado de inversión; es decir, de manso pagador.Los comentarios oficiales y oficialistas aseguran que eso significa, automáticamente, más inversión y más empleo.El ministro de Economía, Luis Carranza, ha llegado a decir que en el Perú “estamos en camino al primer mundo”.No es cierto. En primer lugar, si la metáfora ministerial fuera atinada, querría decir que hemos emprendido un camino demasiado largo. ¿Cuánto demorará el Perú para pasar de su actual ingreso per cápita de apenas 3,616 dólares al nivel de países desarrollados como Alemania, que tiene uno de 39,650 dólares, o España, que tiene uno de 31,471 dólares?Un país donde la educación tiene un presupuesto miserable; donde la tuberculosis, ella sí, se desarrolla; donde casi no hay industria, ni flota naval o aérea nacional, un país así puede tener capacidad de pago (a los extranjeros); pero está económicamente lejos del primer mundo.La historia pasada y presente nos demuestra que el ministro Carranza y sus aduladores incurren en delirio de grandeza.La primera vez que obtuvimos el título que ahora se celebra fue cuando Fujimori nos volvió a atar al orbe de los organismos financieros internacionales. Algunos saltaron de alegría, pero muchos peruanos empezaron a comer nicovita.Otra ocasión en que merecimos esa distinción fue cuando empezamos a privatizar todo: minas, teléfonos, electricidad, a precio de huevo. Fue cuando Pinochet recomendó a un grupo de empresarios chilenos: “Compren el Perú, que está barato”.Nos premian, pues, porque acá se rematan bienes y recursos, se pagan bajo salarios y se pueden remitir superganancias casi sin pagar impuestos.Eso de que diplomas como el recién obtenido estimulan inversión y empleo es discutible.La inversión no llega a un país porque tenga grado de inversión, sino porque posee áreas atractivas. Por esto afluyeron capitales españoles a la proscrita Cuba: le vieron atracciones turísticas necesitadas de hoteles. Por esto llegan miles de millones de dólares a Arabia Saudita: por sus enormes reservas de petróleo. Por esto mismo, a pesar de sus líos judiciales con el gobierno de Hugo Chávez, la Exon busca volver a Venezuela.En realidad, señor ministro, un país se desarrolla cuando invierte generosamente en educación y salud, cuando se industrializa, cuando redistribuye ingresos. El Perú, donde las fábricas han desaparecido como por un soplo, gracias a la política impuesta por el FMI y el Banco Mundial, que incluso desalientan el gasto en la universidad pública, no está cerca del primer mundo. Se ubica en el tercio inferior de la miseria.Que el presidente Alan García llame éxito al cartón reciente equivale a un elogio de la locura.
El régimen y sus alabanceros no caben en sí de gozo, les chorrea la alegría: el Perú ha sido declarado país de grado de inversión; es decir, de manso pagador.Los comentarios oficiales y oficialistas aseguran que eso significa, automáticamente, más inversión y más empleo.El ministro de Economía, Luis Carranza, ha llegado a decir que en el Perú “estamos en camino al primer mundo”.No es cierto. En primer lugar, si la metáfora ministerial fuera atinada, querría decir que hemos emprendido un camino demasiado largo. ¿Cuánto demorará el Perú para pasar de su actual ingreso per cápita de apenas 3,616 dólares al nivel de países desarrollados como Alemania, que tiene uno de 39,650 dólares, o España, que tiene uno de 31,471 dólares?Un país donde la educación tiene un presupuesto miserable; donde la tuberculosis, ella sí, se desarrolla; donde casi no hay industria, ni flota naval o aérea nacional, un país así puede tener capacidad de pago (a los extranjeros); pero está económicamente lejos del primer mundo.La historia pasada y presente nos demuestra que el ministro Carranza y sus aduladores incurren en delirio de grandeza.La primera vez que obtuvimos el título que ahora se celebra fue cuando Fujimori nos volvió a atar al orbe de los organismos financieros internacionales. Algunos saltaron de alegría, pero muchos peruanos empezaron a comer nicovita.Otra ocasión en que merecimos esa distinción fue cuando empezamos a privatizar todo: minas, teléfonos, electricidad, a precio de huevo. Fue cuando Pinochet recomendó a un grupo de empresarios chilenos: “Compren el Perú, que está barato”.Nos premian, pues, porque acá se rematan bienes y recursos, se pagan bajo salarios y se pueden remitir superganancias casi sin pagar impuestos.Eso de que diplomas como el recién obtenido estimulan inversión y empleo es discutible.La inversión no llega a un país porque tenga grado de inversión, sino porque posee áreas atractivas. Por esto afluyeron capitales españoles a la proscrita Cuba: le vieron atracciones turísticas necesitadas de hoteles. Por esto llegan miles de millones de dólares a Arabia Saudita: por sus enormes reservas de petróleo. Por esto mismo, a pesar de sus líos judiciales con el gobierno de Hugo Chávez, la Exon busca volver a Venezuela.En realidad, señor ministro, un país se desarrolla cuando invierte generosamente en educación y salud, cuando se industrializa, cuando redistribuye ingresos. El Perú, donde las fábricas han desaparecido como por un soplo, gracias a la política impuesta por el FMI y el Banco Mundial, que incluso desalientan el gasto en la universidad pública, no está cerca del primer mundo. Se ubica en el tercio inferior de la miseria.Que el presidente Alan García llame éxito al cartón reciente equivale a un elogio de la locura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario