"El hombre nuevo es aquél que sabe luchar en el auge y en el repliegue, en la victoria parcial o en el revés temporal. Debe luchar, aún sabiendo que la victoria final no está próxima o que incluso no la verá. La lucha de los trabajadores exige no solo interpretar el mundo, sino transformarlo".
GERMAN CARO RÍOS

7/4/08

“A mí que me evalúen en mi aula”

Por Rosa María Mujica

05/04/2008

Esta afirmación de una docente en Abancay, refleja ciertamente las diferentes concepciones que tenemos sobre la evaluación docente y, más aún, sobre la misma formación e identidad docente.

Parece ser, y esto se expresa en mucho de lo escrito en los últimos días, que transmite la idea de que un buen maestro es el que muchos conocimientos tiene y no el que mejor sabe enseñar. A ver, preguntémonos ¿el tener muchos conocimientos garantiza que esta persona tenga la capacidad de ser maestro?, ¿el que logra las mejores calificaciones en pruebas de conocimientos es el que tiene las mejores habilidades para conectarse con los estudiantes y motivar el desarrollo de sus potencialidades?, ¿es suficiente ser buen alumno para ser buen maestro?

Sabemos, y basta la experiencia que la mayoría hemos tenido a lo largo de nuestra vida como estudiantes, para afirmar que la respuesta es no. No necesariamente las personas que tienen muchos conocimientos saben enseñarlos, no necesariamente los primeros alumnos tienen la capacidad de ser maestros. ¡Cuántos maestros tuvimos, tanto en la escuela como en la universidad, de los que se decía que eran brillantes, pero que producían un profundo aburrimiento y un desgano para aprender!.

Esto nos habla, entonces, de que ser maestro se trata de otra cosa. ¿Es necesario que el maestro esté bien formado?, ¡por supuesto!, ¿es necesario que tenga una sólida formación teórica?, ¡nadie lo duda!, pero hay un más que tenemos que aclarar si nos queremos enfrentar seriamente al desafío de la formación de maestros y maestras de calidad, que es lo que el Perú necesita y que creo no ha estado presente en las discusiones de las últimas semanas.

Cuando hablamos de un buen maestro, no hablamos de aquella persona que posee muchos conocimientos y los transmite a sus alumnos como si estos fueran recipientes vacíos, tampoco hablamos de la persona que sabiendo mucho es incapaz de despertar el interés de sus alumnos por aprender, aun menos de aquellos que lo que buscan es que sus alumnos memoricen una serie de datos para luego repetirlos de manera mecánica. Hablamos de otra cosa. Hablamos de un profesional que manejando su materia desarrolla un estilo, un modo de estar, de actuar, de intervenir, de expresarse, que convierte su aula y su escuela en un espacio donde los niños y las niñas se sientan personas valiosas e importantes, donde se aprende a aprender, de la vida, de los libros, de la tecnología, de los demás; un profesional que conciente de su rol en la formación de ciudadanos en un mundo globalizado, genera espacios donde chicos y chicas aprenden a conocer sus derechos, a defenderlos y a respetar los derechos de los demás. Un profesional capaz de hacer de la escuela un lugar donde se viva la democracia como estilo de vida y como una forma de organización de la institución, para que los estudiantes la vivan, la disfruten y, por lo tanto, la valoren y descubran así la importancia de construirla más allá de los muros de su escuela, en sus casas y en las calles de su ciudad o en el campo; en sus trabajos o en las instituciones a las que pertenecen... en el país que queremos.

No necesitamos instructores, necesitamos Maestros. Maestros que sean capaces de transformar la escuela para que ella sea el espacio de acogida y de encuentro, de aprendizaje y de convivencia.; maestros que aventuren a sus alumnos en el análisis y la crítica, en la creatividad y el diálogo, en la tolerancia y la actividad, en la expresión de los sentimientos y los afectos, en el respeto a cada uno, en la aceptación y valoración de las diferencias, en el reconocimiento de que los seres humanos somos iguales en dignidad y en derechos, más allá de cualquier condición o situación. Es decir, necesitamos escuelas y maestros que conviertan a los estudiantes en verdaderos actores de su proceso de formación y de aprendizaje, comprometidos con su vida y con la vida de los demás, dispuestos a construir país, a soñar con un mundo mejor.

Entonces podremos evaluar adecuadamente, y la mejor evaluación será los propios niños y niñas, o los adolescentes si es el caso. Si estos aprenden con alegría, si siendo pequeños son capaces de leer y comprender lo que leen y lo hacen con entusiasmo, si desarrollan un pensamiento lógico de acuerdo a su edad, si aman las matemáticas y ven en ellas atractivos desafíos, (y no la pesadilla que para muchos representa), si demuestran los aprendizajes necesarios en cualquiera sea la materia en cada etapa del proceso educativo, si han aprendido a aprender, si conocen sus derechos y defienden los derechos de los demás, si valoran la democracia como el mejor sistema, si se oponen a la violencia como método para lograr las cosas, si son capaces de resolver conflictos pacíficamente, si… (y podemos seguir la lista) entonces podremos aprobar a esos maestros, y no con 11 o con 14, sino con 20 por haber cumplido la misión que el país les ha encomendado: formar ciudadanos y ciudadanas que se comprometan con su propio desarrollo, con el país y con el futuro.

Entonces, ¡evaluemos a los maestros en sus aulas!, evaluémoslos en lo que sus estudiantes saben y son capaces de hacer y no reduzcamos la evaluación docente frívolamente a medir conocimientos con pruebas bastante cuestionables. La gravedad de la situación nos lo demanda.

03Abril 08

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