Elmer Mamani
Cocachacra-Islay
Cada vez que Isabel sale a protestar está bien preparada. La mujer de 60 años lleva en su vieja bolsa una botella con agua, una segunda con piedrecillas dentro para hacer bulla, y otra de vinagre para contrarrestar los efectos de las bombas lacrimógenas que lanza la Policía.
Durante los enfrentamientos moja un pañuelo en el vinagre para cubrirse el rostro y evitar el lagrimeo e irritación que genera el gas.
El último lunes intentó con las manos limpias frenar el avance de la Policía hacia Cocachacra que estaba desbloqueando la vía. Por tratar de impedirlo junto a decenas de mujeres de Islay en un “cacerolazo”, ruido con el golpe de ollas, dice haber sido pateada y tirada al suelo sin contemplación.
“No me importa morir con tal de defender el valle para mis hijos y nietos”, dice con voz firme.
La madre soltera alumbró a ocho hijos que ahora ya son mayores. Su único sostén fue el jornal de 50 soles que gana a diario en las chacras de este oasis alojado en medio del desierto llamado Valle de Tambo-Islay. La zona ahora es epicentro de violencia y protestas para impedir que se instale la mina Tía María.
Una parte medular del paro indefinido que se aproxima a cumplir dos meses son sus mujeres. Son las que primero salen al frente si se trata de defender con arengas y vítores la agricultura de esta parte de la región arequipeña.
“Aquí la vida es hermosa y el aire puro”, dice Rosi (30) mientras carga a su hijo.
A Rosi nadie le quita de la cabeza que el valle puede desaparecer y que se quedarán sin trabajo luego de algunos años si comienza la explotación del cobre por la empresa Southern.
La desconfianza también invade a Martha, de 37 años. Ella es una migrante de la región Puno que encontró en ese lugar el sostén económico que no le dio su tierra natal. El Valle de Tambo se ha convertido en su casa desde hace siete años.
“La mina cambiará todo sin beneficiarnos. Va a traer delincuencia y contaminación”, sostiene convencida.
Las menores también participan sin temor. Karla apenas tiene 15 años. En su rostro cubierto lleva una cicatriz que le dejó el impacto de una bomba lacrimógena en las primeras semanas de protesta.
Ellas se autoconvocan. No existe nadie que las obligue a protestar. Aseguran que con dirigente o sin dirigente seguirán luchando.
Las mujeres de Islay han dejado sus labores domésticas para ponerse en primera fila en la defensa del Valle de Tambo que es la despensa de ese remoto rincón del país.
OLLAS COMUNES Y APOYO EN PELEAS
Las decenas de mujeres que apoyan la protesta en Islay también son las que preparan las ollas comunes que reparten a todos los manifestantes antes o después de un enfrentamiento con los efectivos de la Policía.
Hay otro grupo de mujeres más aguerridas que se suman a los hombres en los enfrentamientos con la Policía. Usan huaracas para lanzar piedras. “La tranquilidad llegará a nuestro valle cuando nos digan que Tía María no seguirá más”, dice Martha.
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